Descripción
13. LA ENGAÑOSA AMISTAD DEL MUNDO
¿Una epidemia espiritual?
Cuando las personas nos relacionamos unos con otros, más pronto o más tarde, cada uno deja ver, aunque no lo intente, sus debilidades, sus puntos flacos, su forma de opinar, de ser, de reaccionar … Entre las distintas opciones que tenemos para relacionarnos unos con otros, creo que hay una muy generalizada entre los cristianos, que a su vez es una peligrosa trampa con la que el enemigo tiene atrapados a muchos: es la que adoptan aquellas personas que quieren estar a bien con todo el mundo y a toda costa. Por ser una actitud fácil de detectar, podemos decir que es una constante entre los cristianos y que afecta a la mayoría de ellos. Casi podríamos decir que tiene marcados a todos aquellos cristianos que no están radicalmente comprometidos con el Maestro de Nazaret y su palabra.
En el fondo, esta actitud se caracteriza por el esfuerzo que muchos cristianos hacen día tras día para mantener buenas relaciones con todo el mundo. A primera vista es un esfuerzo encomiable, pero no se ve precisamente así cuando se analiza el cómo y el porqué de esa relación.
- Poniendo un poco de atención, observamos que son personas que casi siempre claudican de algún modo ante la gente que vive según el mundo. Unas veces son sus criterios cristianos —los pocos que suelen tener— los que quedan aparcados; otras, ceden para que los demás no se enfaden y los rechacen; de vez en cuando son víctimas de bromas pesadas, que toleran para no sentirse excluidos; en ocasiones no se dan por enterados para evitar fricciones, etc. Los demás suelen aprovecharse de ellos porque conocen su poca resistencia y su falta de reacción ante las presiones.
- Parece que sólo les preocupa no tener fallos graves ante Dios. ¿No nos recuerdan a los que viven su cristianismo bajo el lema de «yo no robo, ni mato, ni hago mal a nadie»? Con este estilo de vida y relación, a estas personas no suelen faltarles «los amigos», porque todos aquellos que se ven beneficiados de su relación, están siempre a su lado y dispuestos a beneficiarse de lo que en términos oficiales se llamaría «bondad», pero que en términos de evangelio se llama ‘cobardía’.
- Es posible que no sean conscientes de lo que hacen, porque ni su formación da para más, ni la verdadera conversión se ha encontrado aún con ellos. Su relación, fundamentada en su egoísmo, suele ser una aceptación de mal menor para evitar mal mayor, entendiendo por bien y mal el beneficio o el perjuicio personal. En definitiva, no está dispuestos a decir como Pablo: «Nosotros, necios por seguir a Cristo; vosotros, sabios en Cristo. Débiles nosotros; mas vosotros, fuertes. Vosotros llenos de gloria; mas nosotros, despreciados» (1 Co 4,10),
Creo que esta posición nos autoriza a catalogar a muchos cristianos como amigos del mundo. No me refiero a quienes se llaman cristianos y son en todo esclavos del espíritu del mundo, sino a aquellos que, presentándose como cristianos o esforzándose hasta cierto punto por vivir como cristianos, tienen una buena relación con el mundo, sus criterios, sus formas de relacionarse y sus valores. ¿Qué sucede? O no saben lo que la palabra de Dios dice acerca de la amistad con el mundo, o lo saben, pero no son capaces de hacer frente al mundo cuando ataca lo que de cristiano tienen sus criterios, su estilo de vida o sus palabras y sus obras. No están dispuestos a que los demás los tachen de carcas, beatos, meapilas, retrógrados, etc. Prefieren reír sus «gracias» que caer en desgracia ante ellos. Eso es amistad con el mundo. Y de esa amistad dice la palabra revelada: «¡Adúlteros!, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios» (St 4,4).
Estas palabras ponen de manifiesto contada claridad que ser amigo del mundo —seguir la corriente del mundo— es igual a ser enemigo de Dios. Para ser conscientes de las peligrosas consecuencias que pueden derivar de semejante situación, sería suficiente recordar el significado de la palabra enemistad y después aplicarlo a la relación con Dios. Enemistad significa carencia de relación a causa de enfrentamiento y/o ruptura; y que cuando esa actitud se mantiene en relación a Dios, el nombre con que se conoce es el de «pecado». Podríamos reinterpretar la frase de Santiago y decir: La amistad con el mundo es pecado ante Dios.
Puede parecer que esta situación no es especialmente importante; yo creo que, desde cierto punto de vista, es más grave que el amor al mundo, porque éste se ve y se entiende bien, de modo que uno puede decidir seguir en él o salir de él; pero la amistad con el mundo es una situación de engaño y ceguera espiritual, en la que uno se siente cómodo y de la que no intentará salir a no ser que antes se haga la luz sobre él y esté dispuesto a pagar el precio de ser y vivir como verdadero cristiano. Una forma de ver nuestra posición ante el mundo sería preguntarnos hasta qué punto podemos decir como Pablo: «Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Flp 3,8).
Consecuencias del amor al mundo
El desconocimiento se puede relacionar con la ceguera. Ignorar las consecuencias de la amistad con el mundo y el amor hacia él conduce a no ver lo que nos espera al final del camino y lo que realmente estamos viviendo en el presente. Necesitamos saber qué ocurre cuando hay amor o amistad con el mundo para evitarlos y no ser sus víctimas.
- Pablo advierte a los cristianos de Éfeso acerca del destino preparado para quienes viven bajo el espíritu del mundo: «Vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el Príncipe del imperio del aire, el espíritu que actúa en los rebeldes… entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo en medio de las concupiscencias de nuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos, destinados por naturaleza, como los demás, a la Cólera» (Ef 2,2-3).
- La parábola del sembrador pone énfasis en la carencia de fruto en el cristiano seducido por el mundo: «El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero los preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto» (Mt 13,22). ¿No es el retrato vivo de muchos cristianos de nuestros días?
- La amistad con el mundo trae ruptura en la comunión con la Trinidad: «Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (1 Jn 2,15). La primera consecuencia clara es la incompatibilidad de amores: donde está uno de ellos no cabe el otro. La expresión «el amor del Padre» puede interpretarse en dos sentidos: el amor de Dios al hombre y el amor del hombre a Dios. Desde luego, si el amor del Padre no está en el hombre, difícilmente podrá el hombre amar a Dios. Y por supuesto donde no está el amor del Padre tampoco estará el amor del Hijo ni el del Espíritu Santo. La ruptura con una persona de la Trinidad es ruptura con todas ellas.
- Desde su capacidad para discernirlo todo con exactitud, Jesús vio la carencia del amor del Padre en los judíos que le rechazaban: «Jesús les decía a los judíos, que le buscaban para matarle: ‘Yo os conozco; no tenéis en vosotros el amor de Dios’» (Jn 5,41).
- El cristiano nunca debe claudicar ante los medios y satisfacciones que el mundo ofrece, sino usarlos en la medida en que los necesita y para fines superiores: «Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa» (1 Co 7,31).
- San Pablo sufre la misma tentación que los demás discípulos, pero no claudica ante ella y se mantiene con los ojos fijos en el Señor: «¿Busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Ga 1,10). ¿No es cierto que son muchos los cristianos que tratan hoy de agradar a los hombres y, por lo mismo, dejan de ser siervos de Cristo?
- La amistad con el mundo y la claudicación ante sus atractivos es demasiado fuerte y nadie hay que pueda sentirse libre de ella. Pablo ve cómo alguno de sus más directos colaboradores es víctima de esa amistad y le abandona. En una de sus cartas le abría el corazón a Timoteo de esta manera: «Apresúrate a venir a mí cuanto antes, porque me ha abandonado Demas por amor a este mundo y se ha marchado a Tesalónica» (2 Tm 4,10).
Lo mejor que podemos hacer para no dejarnos seducir por el espíritu del mundo ni ser sus amigos es esforzarnos por vivir como verdaderos discípulos. Lo mismo que una botella que está llena de líquido debe quedar vacía cuando queremos llenarla de otro, y éste no puede alojarse en ella mientras no llevamos a cabo esa operación, así es el cristiano lleno de Dios porque, al vivir de acuerdo con su palabra y ser morada de la Trinidad, está automáticamente cerrado a la amistad con el mundo.
- Hay que ponerse del lado del Maestro y permanecer en él, aceptando el riesgo de ser odiados por el mundo a causa de nuestra falta de amistad con él, porque el Maestro nos ha sacado del mundo y nos ha hecho suyos y partícipes de su misión: «Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo» (Jn 15,19).
- La cruz —precisamente la cruz, que es objeto del más absoluto rechazo por parte del mundo— debe interponerse entre el mundo y el cristiano, de modo que éste se vea a sí mismo unido a Cristo crucificado y viviendo en él, y contemple al mundo vencido por la obra de Cristo en la cruz: «Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo! (Ga 6,14).
- El cristiano debe tener presente siempre su verdadera ciudadanía. Ya no pertenece a la tierra ni las cosas de abajo son su prioridad, Su permanencia en Cristo debe caracterizar su vida, sus obras y sus relaciones: «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios» (Col 3,1-3).