Descripción
Capítulo 8: Jesús protege, vigila y se entrega
Un rebaño no puede estar constantemente en un lugar cerrado. Sólo permanece allí cuando la climatología es tan dura que no puede salir a pacer o cuando algún peligro grave le amenaza. Lo suyo es salir al campo a buscar el alimento en lugares abiertos. Por esto, un buen pastor, además de la comida, la bebida, el estímulo o el descanso, debe vigilar constantemente todos los movimientos del rebaño, debe estar a su lado y estar vigilante y atento para detectar cualquier situación que pueda suponer un peligro o amenaza para el mismo; el pastor debe alejar cualquier temor del rebaño y dar seguridad a sus ovejas, hasta el extremo de que puedan decir, si fueran capaces, como dice el salmista: «Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo, pues junto a mí tu vara y tu cayado, ellos me consuelan» (Sal 23,4).
Los malos pastores son reprendidos en el capítulo 34 de Ezequiel de modo muy severo por el Señor porque, a causa de su conducta, las ovejas «se han dispersado por falta de pastor (de vigilancia y protección del pastor) y se han convertido en presa de todas las bestias del campo; andan dispersas. Mi rebaño anda errante por todas las partes, por los montes y los altos collados; mi rebaño anda disperso por toda la superficie de la tierra» (Ez 34,5-6). Doble acusación: falta de vigilancia y carencia de defensa; por eso. la palabra del Señor contra ellos es amenazadora: «Ay de los pastores de Israel» (Ez 34,2). Cuando el pastor no cumple fielmente con su cometido, todos los males pueden sobrevenir al rebaño.
En el corazón de buen Pastor, que es Jesucristo, hay un afán evidente y constante de protección y vigilancia en favor de los suyos y de su pueblo. Refiriéndose a Jerusalén, la rebelde, que no se ha dejado pastorear por él, no puede por menos que exclamar: «Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido» (Mt 23,37). Y en otra ocasión «al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella» (Lc 19,41), dejando escapar algo del dolor que le producía su comportamiento ciego y el rechazo del gran Pastor y Salvador. Una situación difícil tuvo lugar en el huerto de los olivos en el momento de su prendimiento: pensó en ellos y dijo a los que habían salido a prenderle: «Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos» (Jn 18,8). Y en su coloquio con el Padre antes de la pasión le dice: «Cuando estaba yo con ellos, cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido salvo el hijo de la perdición» (Jn 17,12). Se define a sí mismo y su entrega a favor de las ovejas cuando afirma: «Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 28).
En su vida pública se afirma como la seguridad absoluta para todos los que confíen en él, al declararse como el más fuerte que triunfa del fuerte, es decir, de Satán, al que venció en el desierto durante las tentaciones y en cuántas ocasiones se enfrentó a él (cf. Lc 11,14-22). Más tarde diría: «El Príncipe de este mundo será echado abajo» (Jn 12,31). En vísperas de su muerte anuncia a sus discípulos que él ha vencido al mundo (cf. Jn 16,33). Y al final, en su resurrección, triunfó del pecado y de la muerte, y «una vez despojados los principados y las potestades, los exhibió públicamente, en su cortejo triunfal» (Col 2,15).
Jesús llevó a cabo su misión de pastoreo con plena dedicación. Esta expresión nos hace entender que la persona que la practica está totalmente concentrada en aquel trabajo que está haciendo en exclusiva. Su mente, su corazón, sus fuerzas están todos dirigidos hacia aquel objetivo, vive para él y de él. Jesús es el Siervo de Yahvé en el que se concentran todos los ministerios, todo el servicio que implica el plan de Dios para la Humanidad. Y cuando está ejerciendo cualquiera de ellos, lo hace con absoluta dedicación y entrega, como lo demuestra a lo largo de toda su vida pública.
El descanso personal queda en segundo plano cuando, aún necesitándolo, se presentan los problemas del pastoreo. Si hubiera vivido en nuestros tiempos diríamos que tenía teléfono abierto día y noche. Desde el día en que «volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu» (Lc 4,14) para empezar su ministerio público no se le conoce un tiempo de «vacaciones» -ni pagadas ni sin pagar- para descansar de tanto trabajo y tantos problemas. También en el momento en que necesitó imperiosamente «descansar un poco» (Mc 6,31), fue capaz de renunciar a ese mínimo para atender a «las ovejas que no tienen pastor» (Mc 6,34).
Por lo que sabemos, el Maestro tenía dos modos diferentes, pero efectivos de descansar: el normal de todo ser humano y otro especial. El primero consistía en la recuperación de fuerzas mediante el descanso físico; el segundo consistió en buscar el descanso del espíritu mediante la oración. Para el pastor de Israel, atender a las ovejas necesitadas, fueran o no ovejas de Israel, era más importante que la comida. En viaje de Judea a Galilea, «tenía que pasar por Samaria» (Jn 4,4). Durante el camino pasó junto al pozo de Jacob. «Jesús, como se había fatigado, estaba sentado junto al pozo». (Jn 4,6). En estas condiciones tiene lugar el encuentro con la mujer samaritana -una oveja perdida de Samaria- y a ella le dedica toda su atención. Cuando al fin llegaron los discípulos le rogaron que comiera. Su respuesta no da lugar a dudas: «Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis […] Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 4,32.34). Lo mismo hizo con su descanso, que sustituyó por la conversación con la samaritana a la que pastoreó con la palabra de vida que estaba necesitando.
El Buen Pastor dejaba el sueño a un lado cuando sus ovejas necesitaban de él. Después de la multiplicación de los panes, cuando ya se había ido al monte a orar, vio que sus discípulos tenían problemas porque «se fatigaban remando, pues el viento les era contrario» (Mc 6,48), dejó su oración y «a eso de la cuarta vigilia» (Mc 6,48), es decir, entre las tres y las seis de la madrugada, «viene hacia ellos caminando sobre el mar» (Mc 6,58).
Mientras duró el tiempo de su ministerio, no dejó su trabajo a otros ni descansó en otros colaboradores. No era el momento. Lo hizo todo personalmente. Como el Padre cuando pastoreaba al antiguo Israel, «conduce y guía» (Sal 23,3-4), o como observa él hablando del buen pastor, del que dice que: «cuando ha sacado sus ovejas, va delante de ellas» (Jn 10,4). Su entrega sólo tiene un límite: la vida. La falta de descanso, de sueño, de tiempo… sólo son aspectos parciales y circunstancias menores en relación a la característica esencial de su pastoreo revelada por él mismo: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,11).
«Cuando el pobre grita, el Señor oye, y le salva de todas sus angustias. Acampa el ángel del Señor en torno a los que le temen y los libra. Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el hombre que se cobija en él»
(Jl 2,13)
ÍNDICE
Introducción
1. Conocimiento natural y espiritual
2. Pastores y pastoreo en Israel
3. Israel, rebaño de Dios
4. El pastoreo de Dios sobre Israel
5. La promesa de un gran Pastor
6. Jesús alimenta a sus ovejas
7. Jesús ofrece descanso y estímulo
8. Jesús protege, vigila y se entrega
9. Jesús sostiene y disciplina
10. Jesús se compadece, perdona y ama
11. Jesús busca las perdidas, torna las descarriadas
12. Jesús fortalece, restaura y sana
13. Jesús libera del pecado y de la muerte
14. Jesús libera del poder del Diablo
15. Tú eres, Señor, mi buen Pastor
Apéndice